Existe una expresión tagala que usan frecuentemente en Filipinas: bahala na, que en castellano vendría a decir “que pase lo que tenga que pasar”. Más que una expresión es casi una filosofía de vida. Una forma de afrontar los problemas y lo que nos viene. No se trata de resignarse, sino de aprender técnicas para sobreponerse a lo inesperado y agradecer el regalo de cada día. Y precisamente ese regalo vital me llevó este verano a ese país en una experiencia de voluntariado.
Si no conoces Filipinas, te diré que es algo así como un puzzle compuesto por más de 7.000 islas (7.107 con más exactitud), aunque se podría dividir en tres grandes áreas: la isla del norte, Luzón, donde está la capital Manila; un grupo de islas centrales y quizás la zona más turística, denominado las Bisayas; y la isla del sur, Mindanao. Esta última isla fue mi destino, en concreto la ciudad de Cagayán de Oro. Estas islas se encuentran en el Cinturón de fuego del Pacífico, así que cuentan con múltiples volcanes, sus habitantes sufren frecuentes terremotos y en la época del monzón, los tifones les hacen visitas inesperadas. Precisamente uno de esos tifones fue el protagonista de mi visita a Cagayan de Oro. Y es que en esta ciudad, especialmente en el barangay (barrio) Macasanding, no olvidarán jamás la noche del 16 de diciembre de 2011, momento en el que el tifón Sendong (conocido internacionalmente como Washi), en apenas unas horas inundó todo y barrió casas y vidas. En Tambo, una de las zonas de Macasanding, estaba situado el colegio Niña Maria Learning Center, que también sufrió los más de seis metros de agua y lodo. Un año después, en 2012, justo cuando habían terminado de arreglar los desperfectos del anterior, llegó el tifón Pablo. Así que en 2013 cambiaron de ubicación el colegio. Lo mismo sucedió con muchas familias de esa zona, que se quedaron sin hogar y fueron recolocadas en Indahag, una región en la montaña, a unos 7 Km. al sureste de Cagayán, con mayor altitud para tratar de evitar futuras inundaciones. Pero en Indahag existe, entre otros, un problema: no tienen colegios cerca. Muchas familias tienen pocos ingresos y necesitan ayuda. Se produce un elevado abandono escolar debido a esa lejanía, dado que el transporte es muy caro para bajar todos los días hasta Cagayan.
Por eso lancé este libro en 2017 con muchas personas cómplices que me quisieron acompañar. Todo lo recaudado fue destinado a las becas que permiten continuar con sus estudios a niñas y niños de la zona. Porque como dijo Paulo Freire: «La educación no cambia el mundo. Cambia a las personas que pueden cambiar el mundo».